Desperta Ferro_ Historia Antigua y Medieval Nº71_ Juana de Arco. La Guerra de los Cien Años (IV)
Al disiparse el humo de la terrible masacre de Agincourt (1415) se pudo apreciar la verdadera magnitud de la catástrofe. Francia estaba hecha pedazos; su nobleza diezmada y dividida en dos facciones enfrentadas, su confianza hundida, su monarquía secuestrada.
Política de seguridad
Política de envio
Tras sufrir el calamitoso descalabro de la batalla del Lago Trasimeno, Roma entró en uno de los peores momentos de su historia. A pocos días de marcha de la ciudad se hallaba Aníbal, al frente de un ejército triunfante, y no había contingente romano alguno que pudiera interponerse en el camino. Ante la gravedad de la situación, se decidió recurrir a un modo de gobierno reservado a los momentos de crisis: la dictadura. El elegido fue Quinto Fabio, un hombre entrado en años que, a diferencia de sus predecesores, decidió aplicar una táctica cautelosa, evitando el enfrentamiento directo con un enemigo, Aníbal, que se había demostrado superior. El dictador se limitaba a perseguirlo y, si se daba la ocasión posible, hostigarlo, pero sin arriesgarse en enfrentamientos de relevancia. Esta táctica de prudencia, de dilación, comenzó a dar sus frutos, pero alimentó, al tiempo, los reproches de sus conciudadanos, que lo veían como un gesto de cobardía. Tanto fue así, que su lugarteniente Minucio llegó a la sedición, lo que en la práctica dividió peligrosamente al ejército romano en dos. Sin embargo, los hechos que a continuación se produjeron darían la razón a Fabio.
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